Data su construcción de 1933. Ubicado intencionadamente varios metros por debajo del nivel de la acequia de Arriba o Nueva, recoge el agua directamente de ésta a través de un orificio practicado en la pared y que se regula por una tajadera o pala. El agua cae a salto sobre el primer compartimiento del lavadero que tiene unos 8 metros cuadrados y recibe el nombre de “asbandidó”, por ser el lugar donde se aclara la ropa tras ser enjabonada.
Seguidamente, el agua pasa a la parte grande del lavadero, unas cuatro veces mayor que la anterior, que es donde se lava la ropa. Los muros del “llavadó”, que es el nombre que se le da al lavadero en Torrente, están hechos de hormigón y tienen menos de un metro de altura y de un grosor de alrededor de 60 centímetros que en su parte superior lleva una inclinación hacia el interior y se utiliza a modo de losa para frotar la ropa.
En la actualidad el uso del lavadero como tal es prácticamente nulo, aunque tampoco se hace extraño ver en épocas de buen tiempo a alguna mujer lavando ropa u otros utensilios. Mas bien, su función es ornamental y como lugar de encuentro de niños, jóvenes y no tan jóvenes que buscan en tiempos de calor la protección que con su sombra dan los dos inmensos plataneros que cubren el cielo del lavadero y que, junto al rumor constante de la caída del agua, hacen de este lugar uno de los más serenos de la localidad.
Los tiempos cambian y con ellos la forma de hacer y de entender las cosas, pero es fácil imaginar la gran comodidad que debía suponer el “llavadó” en la población cuando en las viviendas no se contaba con agua corriente.
Además, cabe resaltar la importancia que sin lugar a dudas tuvo el lavadero como centro de reunión en el que a buen seguro se desarrollaba gran parte de la vida social femenina de Torrente.